Lo peor de enseñar el concepto de autoridad a través del miedo es que al final, nuestros alumnos aprenden:
- Aprenden a no preguntar sus dudas (que es la máxima del aprendizaje).
- Aprenden a no intervenir (perdiendo diálogos e intercambios de ideas interesantes).
- Aprenden a pedir permiso para todo (hasta para coger una pintura).
- Aprenden a tener miedo del profesor (cuando debería ser confianza lo que sintieran).
- Aprenden a estar en silencio (porque el aprendizaje solo es individual).
- Aprenden... a dejar de ser niños.
Ese "Sssshhhh" esconde muchas cosas... ¿De verdad que esto es lo que queremos que aprendan nuestros alumnos? Triste perspectiva la de la docencia si como maestros solo aspiramos a esto.
¡Ah! Pero eso sí, luego queremos que sean autónomos y creativos. Que expresen sus inquietudes y nos muestren su "yo interior". Y cuando no lo hacen (porque obviamente, no les hemos ayudado a desarrollar esta habilidad), les ponemos mala nota o nos quejamos de su falta de iniciativa.
Esta evidente contradicción entre lo que les enseñamos y lo que les pedimos puede generar frustración en nuestros alumnos. Esta situación es un claro ejemplo de un deliberado ejercicio de Pedagogía venenosa (de la que ya hablaba Miller en los 90). Este enfoque utiliza el abuso de autoridad bajo el pretexto de que las actuaciones desarrolladas son beneficiosas para el receptor (en este caso, los alumnos). Tras verse sometidos con frecuencia a este proceso opresivo (especialmente si se trata de un niño de temprana edad) se termina optando inconscientemente por negar las propias emociones y sentimientos, aceptando las acciones y palabras de la autoridad como un hecho necesario e incluso beneficioso. Y si no, solo hay que preguntar a los niños: ¿cómo hay que trabajar: en silencio o hablando?
La fuerza de la costumbre hace que la mayoría responda que en silencio, porque así les hemos enseñado nosotros (su autoridad). Sin embargo, resulta llamativo que al estudiar el ruido presente en las clases en centros educativos, el país que encabeza la lista con las clases más bulliciosas sea Finlandia (según Pasi Sahlberg en Finnish Lessons), que al mismo tiempo también presenta los mejores resultados de aprendizaje... ¿Curioso, no?
En realidad es lógico: todas las investigaciones en materia de educación que se están realizando en la actualidad señalan que se aprende mucho más y de manera más duradera cuando se aprende de otros (y si no, solo hace falta echar un vistazo a los resultados del Proyecto INCLUD-ED). Obviamente, esta comunicación genera ruido. Por eso, como ya decía Salva Rodríguez en esta fantástica entrada de su blog, las clases en las que reina un silencio absoluto deberían darnos miedo, porque ahí no se está produciendo un verdadero aprendizaje.
Aunque tampoco hay que exagerar ni caer en el romanticismo educativo: el silencio, en su justa medida, no es malo. Al contrario, establecer momentos de calma en el aula ayuda a concentrarse mejor. Sin embargo, todavía hoy algunos de mis alumnos me siguen confesando que con este o aquel profesor no hablan en clase porque tienen miedo de que se enfade. Algunos confundirán ese silencio con respeto y autoridad. Pero no lo es en absoluto. Solo hay que escuchar lo que opinan los alumnos de esos docentes cuando nadie les escucha... Cualquier cosa menos respeto. No nos engañemos.
A algunos docentes les parece bien esta Pedagogía del miedo porque les resulta mucho más cómodo dar sus clases. Yo, al menos, no quiero ese silencio. No quiero que mis alumnos me tengan miedo. Al contrario, quiero que confíen en mí y que cuando trabajen en silencio sea porque realmente ellos necesitan hacerlo y entiendan que es lo mejor.
Para terminar la reflexión, un toque musical que ejemplifica a la perfección esta Pedagogía del miedo: Pink Floid con su "Another brick in the wall":
Aunque tampoco hay que exagerar ni caer en el romanticismo educativo: el silencio, en su justa medida, no es malo. Al contrario, establecer momentos de calma en el aula ayuda a concentrarse mejor. Sin embargo, todavía hoy algunos de mis alumnos me siguen confesando que con este o aquel profesor no hablan en clase porque tienen miedo de que se enfade. Algunos confundirán ese silencio con respeto y autoridad. Pero no lo es en absoluto. Solo hay que escuchar lo que opinan los alumnos de esos docentes cuando nadie les escucha... Cualquier cosa menos respeto. No nos engañemos.
A algunos docentes les parece bien esta Pedagogía del miedo porque les resulta mucho más cómodo dar sus clases. Yo, al menos, no quiero ese silencio. No quiero que mis alumnos me tengan miedo. Al contrario, quiero que confíen en mí y que cuando trabajen en silencio sea porque realmente ellos necesitan hacerlo y entiendan que es lo mejor.
Para terminar la reflexión, un toque musical que ejemplifica a la perfección esta Pedagogía del miedo: Pink Floid con su "Another brick in the wall":